miércoles, 28 de marzo de 2012

4.- Pertenencia

Hubo una época, antes de Internet (¡?), en que el solo hecho de declararse judío, alcanzaba el standard de declaración de fe. En el período fundacional del Estado de Israel, no se hacían demasiadas preguntas al recibir a los judíos del mundo, pero sobre todo ninguna relacionada con la Ley Judía (de la Halajá, que reconoce la línea matrilineal para decir quién es judío). ¿Por qué no aceptar que alguien se declare a sí mismo como judío y se sienta como tal? Hubo incluso, un caso límite que llegó a la Corte Suprema de Israel: el caso del Padre Daniel. En 1958, un monje carmelita llamado hermano Daniel, que nació judío en Polonia en 1922 y que en su juventud fue convertido mientras se escondía en un convento durante el periodo del nazismo, entró en Israel y solicitó la ciudadanía amparándose en la Ley del Retorno. Su solicitud fue denegada por el Ministerio del Interior y la Corte Suprema confirmó la denegación. Fue un fallo dividido, donde prevaleció la opinión de los jueces que vieron una contradicción flagrante en llevar una cruz y ser judío. El juez Cohen, en disidencia escribió en el caso (Oswald Rufeisen vs Minister of the Interior): “Los tiempos cambian y se ha cerrado un círculo completo. He aquí que ha venido un hombre que ve a Israel como su madre patria y reclama encontrar su realización en sus fronteras, pero es de religión cristiana. ¿Podemos cerrarle las puertas? ¿El péndulo de la historia nos demanda que apliquemos medida por medida?¿Puede el Estado de Israel, que se basa en la libertad, la justicia y la paz, como fue visto por los profetas de Israel, actuar contra sus habitantes y aquellos que vuelven como lo hicieron los perversos gobernantes de algunos reinos católicos en el pasado? ... Si se deseaba limitar la aplicación de la Ley sólo a judíos no practicantes pero de religión judía o solo a aquellos que creen en el Dios de Israel, o se intentaba cualquier otra cualificación religiosa similar, la legislación podría y debería haberse expresado en un lenguaje más claro. Ya que no se hizo así, debe interpretarse y aplicarse en su forma literal, sin atribuir al término ‘judío’ ningún significado ni cualificación religiosa”. Un embrollo que denunciaba los distintos puntos de vista para definir quién es judío. En fin, agreguemos más complicaciones citando el derecho legal internacional: “ius solis” es 'derecho del suelo' (significando 'derecho del lugar'), y es un criterio jurídico para determinar la nacionalidad de una persona física. Este criterio puede ser contrario y contradictorio con el “ius sanguinis” (en latín, 'derecho de la sangre', y que en la práctica es la nacionalidad de los familiares de origen: el padre o la madre). Esto quiere decir que se puede llevar la nacionalidad del país donde se nació, (un italiano nacido en Italia tiene nacionalidad italiana), pero también, el hijo de italianos, nacido fuera del país, puede reclamar, via ius sanguinis, la nacionalidad italiana, porque le viene de sus padres. Hubo una época en que ser judío era, antes que nada, una cuestión de pertenencia a un pueblo. Pertenecer a un pueblo (a título individual) tiene una primera cuestión: pertenecer porque no hay más opción e incluso vivirlo como una carga (dado que frente al antisemitismo, llevar las de perder ha sido una condición muy cruel) o asumirlo como elección, con la dignidad y el orgullo que supone creer que se forma parte de un grupo que conlleva valores dignos de llevar. La segunda cuestión consiste en que la asunción de una pertenencia a un pueblo lleva a la pregunta embrollada acerca de qué es un pueblo: entonces, digamos que es un grupo de personas con alguna de las siguientes coincidencias: una historia en común, costumbres, una cultura en común, una religión en común, y que viven en un mismo lugar. La historia judía, que contiene siglos de persecuciones, y la cultura judía, milenaria, no tenían entre sus supuestos, eso de tener una tierra en común. Formaba parte de un sueño, de un mito, o de una vieja canción que decía: “…a orillas del Rio Babilonia, lloramos por ti, oh Sión…”, siendo Sión un deslizamiento significante equivalente a la Tierra de Israel, la Tierra Prometida. La fundación del Estado de Israel, es un asunto relativamente reciente en la historia judía, un asuntillo de unos pocos 50 años, que estuvo presente en un movimiento de liberación nacional, el sionismo, desde décadas antes, y que vino a completar el proceso de asunción de conciencia de un pueblo que se convirtió en una Nación. La llegada de dicho Estado vino a normalizar lo que antes, era la pertenencia a un pueblo anómalo, dado que presentaba todas las características de un grupo de pertenencia, un pueblo, pero al que le faltaba una tierra en común. Lo que en Europa, mucho antes, resultó un acto natural de darse cada pueblo un destino histórico común como Nación, constituyéndose en Estados, al pueblo judío le costó un Holocausto, para que el mundo lo reconociera como tal. Que el mundo haya reconocido al Estado de Israel, como el Hogar Nacional Judío, es el reconocimiento de los derechos de un pueblo a decidir su propio destino y como se ve, aquí la religión no jugó ningún papel significativo, más bien ninguno. Así, en Israel, la pregunta de quién es judío, también se juega cada vez que alguien va a una oficina del ministerio del Interior a sacar la cedula de identidad: consigne aquí su nombre, aquí su apellido, año de nacimiento… ¿Cual es su nacionalidad?, ¿Cuál es su religión? Ser judío puede definirse por la religión, pero también es un acto de fe, de pertenencia a un pueblo y una nacionalidad, que no tiene por qué incluir la cuestión religiosa. De hecho, el Sionismo, en su versión fundacional, fue el intento de unos pocos para construir un movimiento que permitiera al pueblo judío regir sus propios destinos, en una tierra en común. Incluso, el reconocimiento del Estado Judío, en la ONU, no fue solo la recompensa de los países que se sentían culpables y nos tiraron un hueso. Más bien, en muchos casos, fue el reconocimiento del derecho legítimo de un movimiento de liberación nacional, considerando a ese movimiento como un grupo y una idea que representaban algo justo, digno y honorable, incluso progresista. Raro privilegio que 50 años después se pierde en los laberintos de la geopolítica internacional y por el abandono de sus propias ideas fundacionales, las de crear un país distinto entre pares, imbuido de una visión profética de paz y justicia.

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