jueves, 29 de marzo de 2012

3.- Religión en la Diáspora

No es intención de este capítulo revisar el tema de la religión en toda la diáspora, que es extensa. Dejamos para alguna otra oportunidad la influencia de la religión en tantas regiones y países como los que albergan una minoría judía en ellos. Pero alguna generalidad podríamos decir antes de incurrir en algún comentario sobre la vida judía en la argentina. Se podría decir como fenómeno general que en el siglo XXI se han agotado las experiencias de la judería europea de principios del XX. El idish ha desaparecido, y se han atenuado las experiencias comunitarias que se implementaron, traídas de la vida judía europea o de la Unión Soviética. Hace décadas que se fue el relato de la rica vida comunitaria y cultural judía en la Unión Soviética previa a Stalin, por ejemplo. Había colegios hebreos, y tribunales judíos que se ocupaban de legislar para la comunidad, y eso respetado por la revolución rusa. Stalin terminó con la vida judía intentando encerrarla en una oferta consistente en mandar a todos los judíos a Birobiyán, una suerte de exilio interno con destino de Siberia. No fueron muchos los que compraron tickets a ese destino porque intuyeron que no era el Caribe. Incluso hoy día en Israel, no hay una revisión de esa judería plena de vida de los años 30, justamente porque fue una experiencia alejada de la religión, y porque a Israel le importa poco lo que no sea post-Holocausto y su propia supervivencia en el Medio Oriente. Pero en líneas generales, la vida judía en la Diáspora de la segunda mitad del siglo XX, se mantuvo en un declive de los valores éticos y humanistas que traían como bagaje de la primera mitad. El Estado de Israel tuvo que ver con eso: en toda oportunidad que tuvo, intentó que la vida judía de la diáspora se acercara al Nuevo Estado. Influyó en las estrategias educativas de las redes escolares hebreas para implementar la enseñanza del nuevo idioma, el hebreo moderno, y promovió una nueva categoría: “Judaísmo igual a Sionismo”, y si bien se sostuvo la arista mas realizadora de la aliah (la emigración a Israel), se contentó con inventar una nueva modalidad, a saber, que todo judío se acercara lo máximo posible a la adhesión al nuevo Estado Judío. Esto se implementó a partir del “Programa de Jerusalem” en el año 1968, donde se sugiere que la definición del sionismo consiste en adherir a los siguientes puntos: "fomentar la Unidad del Pueblo judío y ubicar el Estado de Israel en el centro de la vida judía; reunir al Pueblo judío en su Patria Histórica Eretz Israel, por medio de la Aliah desde todos los países; consolidar al Estado de Israel basado en la misión profética de la Paz y la Justicia; preservar la identidad del Pueblo judío, merced a la educación judía y hebrea y la difusión de sus valores espirituales y culturales; y defender los derechos de los judíos en todo lugar". Como se ve, se cambia el eje y “la centralidad de la vida judía” donde la religión no está presente entre los postulados básicos de lo que se espera, de la identidad judía en la diáspora. Y esto fue lo que se sostuvo por décadas, en la vida cotidiana de clubes, asociaciones, escuelas y movimientos variopintos de la comunidad judía, en la Argentina, y en el mundo occidental. Si se entraba a una escuela hebrea en Buenos Aires de los años 80, había carteles hechos por docentes y alumnos sobre San Martin por un lado, y algo alusivo al Estado de Israel por otro, y los símbolos característicos de la vida judía (un candelabro, una estrella de David) pero lo que no había era un rabino. La educación hebrea no estaba en manos de la religión. En la Argentina, en todo caso, hay que darle las gracias a la Iglesia que pidió para sí la posibilidad de sostener una red religiosa educativa propia y abrió la puerta a la creación de la red hebrea. Pero le dejo a otros intentar no se qué clase de revisión histórica que dé cuenta de cómo se logra venir de una educación humanista judía (años 60-70), basada también en gran parte en valores provenientes de la religión, pero plena de valores éticos, a llegar finalmente a una educación regulada y dirigida por la religión. El siglo XXI nos trae una declinación de cualquier expresión de la vida judía por fuera de la religión, por un lado, y un aumento demográfico y de influencia de la ortodoxia judía en sus distintas expresiones. El movimiento de Jabad es el ejemplo de cómo el segmento ortodoxo, preocupado por la asimilación y lo que consideró una pobre influencia de los valores religiosos dentro de la vida judía, puede producir un salto cualitativo en su capacidad de marketing intracomunitario. Hay que concederle el mérito de haber encontrado todas las formas posibles de ganar terreno, a través de buenas obras, y de un intenso acercamiento a los sectores más alejados de la religión, para proponer la “vuelta” al estudio y el respeto a los preceptos religiosos. Pero no es el único movimiento religioso que ha crecido, y todos juntos, junto a su capacidad de crecimiento demográfico han logrado, finalmente, lo que era de esperar, a saber, ganar la conducción de la Institución más importante de la comunidad, la AMIA. Durante muchos años los movimientos juveniles y un gran segmento de la comunidad apoyaron y siguieron con interés cualquier resolución de lo que quedó tras el atentado a la AMIA; pero eso estaba destinado a licuarse en nuestra vuelta comunitaria a la religión. Y aún algo más: han florecido las instituciones religiosas que invitan a la juventud a estudiar la Torah: lo hacen ofreciendo incluso una beca, por lo que tras un mes de asistir a las clases pertinentes el/la joven se gana el derecho a cobrar unos dineros que le agregan a su flaco presupuesto una ayuda mínima pero considerable. Los alumnos seguirán en contacto con el templo por meses o años mientras que el rabino que instrumenta este tipo de ofertas tiene por finalidad última acercar a la vida religiosa a una parte de esos alumnos, a los cuales se los invitará a una cena sabática, se les instruirá en las mieles de una vida practicante, y quien le dice, hasta podremos conseguirle un matrimonio dentro de las leyes de Moisés e Israel. Cada joven ganado en esas filas, representa, por lo menos, una familia que se pregunta en que se ha equivocado, porque quien practica los preceptos religiosos pone distancia de su familia de origen, hasta el punto de la ruptura vincular. El drama de semejante situación es de una gran crueldad emocional, pero quien vuelve a la religión se gana para sí mismo una vida sin demasiadas preguntas, porque su rabino siempre tendrá la respuesta para todo, dado que está escrita, en los textos. Porque la vida religiosa, no solo es una repetición de rezos y rituales, sino también la regulación de la vida sexual, matrimonial y familiar. Una promesa de un monto menor de angustia existencial y la seguridad de que el temor a Dios nos permitirá siempre elegir correctamente entre el bien y el mal. Y algo más: Dios no nos ama, eso se lo dejamos a los cristianos. El nuestro, en el éxodo de Egipto, nos ha echado encima tempestades y logró que nos tragara la tierra, para pagar la cuenta por lo del becerro de oro. El nuestro es de temer, así que me permito cerrar estas líneas con temeroso silencio…

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