sábado, 31 de marzo de 2012

1.- Religión. Introducción

Que la religión haya sido el núcleo duro del judaísmo en su historia de exilios, eso es verdad. ¿Cómo hubiera sobrevivido el judaísmo sin preservar su religión? Es verdad que para que algo permanezca a través de generaciones y sobreviva, alguien tiene que hacerse cargo de su transmisión, así que bienvenido sea cada grupo de hombres que a través de la historia y en cada generación, preservó la transmisión oral de los preceptos religiosos. Muchas gracias a cada uno de ellos. Esto es un asunto que vale para más de una teoría, o un grupo de creencias: alguien tiene que transmitirla, y tomarlo muy en serio. Freud se preocupó demasiado por la supervivencia del psicoanálisis, cuando anciano. Incluso imaginó quien de sus discípulos podría heredar la conducción de su movimiento de locas ideas, y en lo posible que no fuera judío, ya que el asunto antisemita venia espeso alrededor suyo. La historia demuestra que no tendría que haberse preocupado tanto… Pero siempre, alguien debe hacerse cargo de la transmisión. El Pueblo Judío tuvo la suerte de tener sus propias Escrituras Sagradas en que apoyarse. Entre otros textos, en la Torah, todo está allí, está escrito. El problema de la religión, en todo caso, es que en la historia siempre aparecen diversos grupos que deciden que el otro no interpreta correctamente “nuestros” asuntos. Digamos entonces, que en toda religión hay al menos un núcleo ortodoxo y varios otros que se arrogan una interpretación distinta. Lo que diferencia al judaísmo como religión, de otras religiones, es una particularidad que ya no es propia del siglo XXI, y es que el grupo judío, en épocas pasadas, siempre fue un grupo minoritario y oprimido, en el exilio, y entonces, el movimiento de abrirse al mundo, o a los tiempos modernos, le imprimió una marca distinta. Ya no se trata de las diversas interpretaciones de una religión, sino de cómo se adapta una religión al tiempo que le toca vivir. Para decirlo con precisión, entre la Revolución Francesa y la Revolución Industrial, hay un tironeo constante por salir de la Oscuridad de la Edad Media y abrirse a la Ilustración para “disipar las tinieblas de la humanidad mediante las luces de la Razón”. El grupo judío, segregado, y encerrado en su propio guetto, presenta un movimiento de salida al mundo, de adaptación a la Modernidad y ahí tiene que arreglárselas con las fuerzas que tienden a encerrarse en si mismo denunciando que ahí afuera no hay nada que valga la pena. Pongamos aquí como ejemplo las angustias y vicisitudes del pobre Tevie el Lechero, del Violinista en el Tejado, que le canta a la Tradición y a su Dios, por un lado, mientras que su hija mayor se escapa con un ruso no judío y se va a vivir con los suegros. Pero si esto suena a anecdotario entonces digamos, para concluir, que la religión judía confrontó varios siglos con dos movimientos contradictorios, a saber: “no queremos adaptarnos a Eso que pasa ahí Fuera”, o, “Salgamos al Mundo a convivir con lo Nuevo”. El movimiento ortodoxo, para el cual no hay nada más que hacer que estudiar los textos sagrados, representa a esta fuerza centrípeta para la cual no existe otra cosa que rezar y respetar los preceptos. El movimiento conservador y el reformista, en el judaísmo, son las corrientes que surgen por esa fuerza centrifuga que cree que vale la pena vivir en el Mundo y adaptarse a otras formas de vivir en general, y de practicar la religión a su manera, por otro. Para estos movimientos religiosos la Ley Judía no se encuentra solo en los textos sino mas bien en la dinámica interacción entre Dios, la historia, el Texto Sagrado, la Narrativa tradicional y el mismo pueblo como algo vivo, sin dejar jamás sus convicciones acerca de la Igualdad, la Libertad y una actitud abierta a la sociedad. Quien escribe estas líneas, se declara secular, y a un costado de estos asuntos. En realidad, para un judío que no practica la religión, basta decir que cada quien haga lo que más le guste, mientras no vengan a decirme que debo hacer con mi condición judía. Más aun, no vengan a decirme que no soy “un buen judío”. Para un ortodoxo, un judío que no practica, es alguien que se ha desviado y está perdido y lejos del rebaño, y siempre estará dispuesto a recibirlo nuevamente, si es que vuelve a acatar sus preceptos. Bienvenido seas nuevamente a condición de volver a la kashrut, entre otras obligaciones. Como judío secular, o humanista, prefiero confesar que lo mío es “la libertad de la religión”, a saber, que no me vengan a imponer vuestra visión del mundo judío, porque la mía vale tanto como la vuestra. Se me dirá que no se entiende: ¿acaso la religión puede imponerme alguna cuestión?: pues bien, digamos que la religión puede venir a imponer sus modos de ser judío en los puntos clave de la vida, el nacimiento, el casamiento y la muerte, donde vienen a imponer sus normas y a decir que no hago lo que corresponde. ¿No se entiende? La vida judía en el siglo XXI, sigue pivoteando entre dos realidades, que en la historia del judaísmo, se mantienen desde hace poco más de 50 años. Hay Israel y diáspora. En Israel, la religión se ha hecho fuerte en la política interna y ha logrado no dejar avanzar el casamiento civil, entre otros, no hay transporte público en sábado y los rabinos mantienen el poder de inmiscuirse en asuntos privados a lo largo de la vida de sus ciudadanos. En la diáspora, alcanza con citar la comunidad judía argentina, donde el sector religioso logró ganar la conducción de la AMIA, preservando así el poder de la religión en las instituciones, en desmedro de los judíos que viven por fuera de la religión. En la vida judía, hay por un lado, una tensión permanente entre los diversos grupos de la religión que luchan por el predominio de la visión “oficial”, y en la medida que prevalece la versión ortodoxa, los judíos que viven por fuera de la religión quedan, en distintas situaciones de la vida cotidiana, a merced de su “práctica ortodoxa” y sus normas.

viernes, 30 de marzo de 2012

2.- Religión en Israel

Israel es un país democrático desde su fundación. Al menos, para sus ciudadanos de fe judía, que son mayoría. Ben Gurion consideró al sector religioso ortodoxo un segmento que había que apoyar y subvencionar. Jamás imaginó que crecería exponencialmente al punto en que hoy día hay tensiones permanentes entre la sociedad israelí secular y la religiosa. Hay un núcleo ortodoxo que se dedica a estudiar y sus hijos no entran en el servicio militar. Jerusalem los tiene apiñados en barrios ortodoxos, donde han llegado a imponer que el transporte público tenga asientos separados para hombres y mujeres. Las mujeres van atrás del autobús. En esos barrios, los carteles anuncian que el rabino tal le informa a sus seguidores, que la marca de rouge que venden en la esquina, y que está avalada como kasher por el rabino cual, le resulta sospechosa, no la compren. Cada grupo viste distinto y sigue a su rabino. Hablan en idish. Corren en las vísperas del sábado para recibirlo como corresponde. Esos grupos, los más fanáticos, no reconocen la ley israelí ni la policía, ni las políticas de vacunación. Para ellos no existe la TV, ni la Internet. Si una mujer observante es violada, y su marido es un “cohen” (hay tres castas con distintas obligaciones y derechos en torno a la religión), decíamos, si es un cohen, el marido, según las normas, debe despreciar a su esposa y divorciarse de ella. Si un hijo de una familia religiosa, decide apartarse de la religión, se lo da por muerto. La hija que se mude a un vecindario no religioso para hacer una vida distinta, jamás volverá a recibir un gesto de ternura de su madre o de su familia, lo dicho, no existe más, salvo que “vuelva” a la religión. Jerusalem no es la única ciudad que cuenta con barrios religiosos, los hay en otras ciudades. En esos barrios, los viernes a la noche y los sábados, hay bloques de concreto que bloquean la posibilidad que alguien entre en auto por allí. Así como mencionamos los barrios religiosos de Jerusalem y algunos otros en distintos lugares de Israel, hay un segmento de población, ortodoxa, y al menos no tan fanática en su vida cotidiana: no es la intención aquí de decir que todos los ortodoxos en Israel son igualmente fundamentalistas como los mencionados aquí más arriba. Los hay, y muchos, ciudadanos israelíes ortodoxos que están integrados a la vida social y la red laboral, y guardan en su privacidad el respeto por los preceptos. Pero dicho esto, digamos que en todo Israel no hay transporte público los sábados. Los shoppings están cerrados, salvo quizás algún bar al fondo que abre a riesgo de ser multado por la municipalidad, si es que esa municipalidad está gobernada por un intendente religioso. A la hora de votar, los ortodoxos han recibido la orden de su rabino y se los ve llegar por cientos a la mesa de votación, nadie se equivoca, todos votan por su partido político, y eso nos lleva… a que en el sistema político israelí más de un partido religioso hacen coalición con el partido que sube al gobierno, a cambio de que sigan aumentando las subvenciones a su sistema escolar, y sus instituciones. Eso y que ni se le ocurra al gobierno de turno implantar el matrimonio o el divorcio civil. El divorcio es un asunto en manos de los rabinos. Los cementerios están a cargo del ministerio religioso, y que no se les ocurra a los conservadores o reformistas que tienen derecho a un pedacito de la torta. Y a la hora de votar por el reconocimiento de los derechos del pueblo palestino, es evidente que les importa poco y/o amenazarán con irse de la coalición (y que se caiga el gobierno, a quien le importa. Israel desde su nacimiento hace cumplir una Ley por la que cualquier judío de la Diáspora tiene derecho a ser recibido con derechos suplementarios. La entrada de esos judíos, históricamente, no ha sido controlada estrictamente por la autoridad religiosa. Entraron a Israel más de un millón de judíos de la Unión Soviética. Muchas madres solas con un hijo. El hijo en el servicio militar muere en un accidente o en guerra, y el rabino militar impone su estricta definición de quien es judío o no; el pibito de origen ruso en muchas ocasiones, no es reconocido y no tiene derecho a ser enterrado en cementerio militar (un honor incuestionable para una sociedad como la israelí). En la vida cotidiana de la sociedad israelí no pasa todo por esta cuestión, y tampoco Israel es una “teocracia”, en verdad, eso sería una exageración. Pero nadie puede negar que la influencia de la ortodoxia religiosa en la vida israelí ha crecido en las últimas décadas, en vez de estar encapsulada en sus propios límites. Un ciudadano de Tel Aviv podría argumentar que su ciudad es laica y libre de estas presiones. En verdad, la ortodoxia judía es minoritaria en Israel, y el segmento de los que votan partidos religiosos es solo una porción de la población. Pero en líneas generales, la religión tiene un peso mayor en Israel que en otros países: hay una gran mayoría de ciudadanos que creen en Dios y practican los preceptos. Una encuesta reciente mostró que eso va en aumento y que más de un 80% de la población contesto con un Si a la pregunta de si hay Dios. Igual respuesta y porcentaje obtuvo la pregunta de si “usted considera que somos el pueblo elegido”. Y si la ortodoxia judía se dedica a estudiar los textos sagrados, hay otro segmento religioso más militante: son los llamados “colonos”. Son una versión moderna, americanizada de la ortodoxia, (no visten de negro, y portan fusil automático, por las dudas); crecen y creen con pasión en la Gran Israel, y defienden el derecho a vivir en lo que llaman Judea y Samaria, que justamente es parte de los territorios administrados u ocupados por Israel después de la Guerra de los Seis Días. Territorios que nunca serán anexados por Israel, porque el número de palestinos que viven allí, deberían ser declarados ciudadanos israelíes (un imposible, porque cambiaria el equilibrio demográfico entre judíos y árabes en el país). Los colonos se resisten a toda orden de desalojo emanada por la Corte Suprema de Israel, cuando se trata de establecimientos ilegales (algunos, pocos), y hay que verlos a golpes de puño con la policía y el ejército. Son de temer y su ideario influye en la política israelí, siendo ellos mismos, el meollo de la cuestión de cómo hacer para que haya dos Estados para dos Pueblos. Aliados de la derecha política, son fanáticos religiosos que defienden con pasión delirante su derecho a la Tierra Prometida, entre el Tigris y el Eufrates.

jueves, 29 de marzo de 2012

3.- Religión en la Diáspora

No es intención de este capítulo revisar el tema de la religión en toda la diáspora, que es extensa. Dejamos para alguna otra oportunidad la influencia de la religión en tantas regiones y países como los que albergan una minoría judía en ellos. Pero alguna generalidad podríamos decir antes de incurrir en algún comentario sobre la vida judía en la argentina. Se podría decir como fenómeno general que en el siglo XXI se han agotado las experiencias de la judería europea de principios del XX. El idish ha desaparecido, y se han atenuado las experiencias comunitarias que se implementaron, traídas de la vida judía europea o de la Unión Soviética. Hace décadas que se fue el relato de la rica vida comunitaria y cultural judía en la Unión Soviética previa a Stalin, por ejemplo. Había colegios hebreos, y tribunales judíos que se ocupaban de legislar para la comunidad, y eso respetado por la revolución rusa. Stalin terminó con la vida judía intentando encerrarla en una oferta consistente en mandar a todos los judíos a Birobiyán, una suerte de exilio interno con destino de Siberia. No fueron muchos los que compraron tickets a ese destino porque intuyeron que no era el Caribe. Incluso hoy día en Israel, no hay una revisión de esa judería plena de vida de los años 30, justamente porque fue una experiencia alejada de la religión, y porque a Israel le importa poco lo que no sea post-Holocausto y su propia supervivencia en el Medio Oriente. Pero en líneas generales, la vida judía en la Diáspora de la segunda mitad del siglo XX, se mantuvo en un declive de los valores éticos y humanistas que traían como bagaje de la primera mitad. El Estado de Israel tuvo que ver con eso: en toda oportunidad que tuvo, intentó que la vida judía de la diáspora se acercara al Nuevo Estado. Influyó en las estrategias educativas de las redes escolares hebreas para implementar la enseñanza del nuevo idioma, el hebreo moderno, y promovió una nueva categoría: “Judaísmo igual a Sionismo”, y si bien se sostuvo la arista mas realizadora de la aliah (la emigración a Israel), se contentó con inventar una nueva modalidad, a saber, que todo judío se acercara lo máximo posible a la adhesión al nuevo Estado Judío. Esto se implementó a partir del “Programa de Jerusalem” en el año 1968, donde se sugiere que la definición del sionismo consiste en adherir a los siguientes puntos: "fomentar la Unidad del Pueblo judío y ubicar el Estado de Israel en el centro de la vida judía; reunir al Pueblo judío en su Patria Histórica Eretz Israel, por medio de la Aliah desde todos los países; consolidar al Estado de Israel basado en la misión profética de la Paz y la Justicia; preservar la identidad del Pueblo judío, merced a la educación judía y hebrea y la difusión de sus valores espirituales y culturales; y defender los derechos de los judíos en todo lugar". Como se ve, se cambia el eje y “la centralidad de la vida judía” donde la religión no está presente entre los postulados básicos de lo que se espera, de la identidad judía en la diáspora. Y esto fue lo que se sostuvo por décadas, en la vida cotidiana de clubes, asociaciones, escuelas y movimientos variopintos de la comunidad judía, en la Argentina, y en el mundo occidental. Si se entraba a una escuela hebrea en Buenos Aires de los años 80, había carteles hechos por docentes y alumnos sobre San Martin por un lado, y algo alusivo al Estado de Israel por otro, y los símbolos característicos de la vida judía (un candelabro, una estrella de David) pero lo que no había era un rabino. La educación hebrea no estaba en manos de la religión. En la Argentina, en todo caso, hay que darle las gracias a la Iglesia que pidió para sí la posibilidad de sostener una red religiosa educativa propia y abrió la puerta a la creación de la red hebrea. Pero le dejo a otros intentar no se qué clase de revisión histórica que dé cuenta de cómo se logra venir de una educación humanista judía (años 60-70), basada también en gran parte en valores provenientes de la religión, pero plena de valores éticos, a llegar finalmente a una educación regulada y dirigida por la religión. El siglo XXI nos trae una declinación de cualquier expresión de la vida judía por fuera de la religión, por un lado, y un aumento demográfico y de influencia de la ortodoxia judía en sus distintas expresiones. El movimiento de Jabad es el ejemplo de cómo el segmento ortodoxo, preocupado por la asimilación y lo que consideró una pobre influencia de los valores religiosos dentro de la vida judía, puede producir un salto cualitativo en su capacidad de marketing intracomunitario. Hay que concederle el mérito de haber encontrado todas las formas posibles de ganar terreno, a través de buenas obras, y de un intenso acercamiento a los sectores más alejados de la religión, para proponer la “vuelta” al estudio y el respeto a los preceptos religiosos. Pero no es el único movimiento religioso que ha crecido, y todos juntos, junto a su capacidad de crecimiento demográfico han logrado, finalmente, lo que era de esperar, a saber, ganar la conducción de la Institución más importante de la comunidad, la AMIA. Durante muchos años los movimientos juveniles y un gran segmento de la comunidad apoyaron y siguieron con interés cualquier resolución de lo que quedó tras el atentado a la AMIA; pero eso estaba destinado a licuarse en nuestra vuelta comunitaria a la religión. Y aún algo más: han florecido las instituciones religiosas que invitan a la juventud a estudiar la Torah: lo hacen ofreciendo incluso una beca, por lo que tras un mes de asistir a las clases pertinentes el/la joven se gana el derecho a cobrar unos dineros que le agregan a su flaco presupuesto una ayuda mínima pero considerable. Los alumnos seguirán en contacto con el templo por meses o años mientras que el rabino que instrumenta este tipo de ofertas tiene por finalidad última acercar a la vida religiosa a una parte de esos alumnos, a los cuales se los invitará a una cena sabática, se les instruirá en las mieles de una vida practicante, y quien le dice, hasta podremos conseguirle un matrimonio dentro de las leyes de Moisés e Israel. Cada joven ganado en esas filas, representa, por lo menos, una familia que se pregunta en que se ha equivocado, porque quien practica los preceptos religiosos pone distancia de su familia de origen, hasta el punto de la ruptura vincular. El drama de semejante situación es de una gran crueldad emocional, pero quien vuelve a la religión se gana para sí mismo una vida sin demasiadas preguntas, porque su rabino siempre tendrá la respuesta para todo, dado que está escrita, en los textos. Porque la vida religiosa, no solo es una repetición de rezos y rituales, sino también la regulación de la vida sexual, matrimonial y familiar. Una promesa de un monto menor de angustia existencial y la seguridad de que el temor a Dios nos permitirá siempre elegir correctamente entre el bien y el mal. Y algo más: Dios no nos ama, eso se lo dejamos a los cristianos. El nuestro, en el éxodo de Egipto, nos ha echado encima tempestades y logró que nos tragara la tierra, para pagar la cuenta por lo del becerro de oro. El nuestro es de temer, así que me permito cerrar estas líneas con temeroso silencio…

miércoles, 28 de marzo de 2012

4.- Pertenencia

Hubo una época, antes de Internet (¡?), en que el solo hecho de declararse judío, alcanzaba el standard de declaración de fe. En el período fundacional del Estado de Israel, no se hacían demasiadas preguntas al recibir a los judíos del mundo, pero sobre todo ninguna relacionada con la Ley Judía (de la Halajá, que reconoce la línea matrilineal para decir quién es judío). ¿Por qué no aceptar que alguien se declare a sí mismo como judío y se sienta como tal? Hubo incluso, un caso límite que llegó a la Corte Suprema de Israel: el caso del Padre Daniel. En 1958, un monje carmelita llamado hermano Daniel, que nació judío en Polonia en 1922 y que en su juventud fue convertido mientras se escondía en un convento durante el periodo del nazismo, entró en Israel y solicitó la ciudadanía amparándose en la Ley del Retorno. Su solicitud fue denegada por el Ministerio del Interior y la Corte Suprema confirmó la denegación. Fue un fallo dividido, donde prevaleció la opinión de los jueces que vieron una contradicción flagrante en llevar una cruz y ser judío. El juez Cohen, en disidencia escribió en el caso (Oswald Rufeisen vs Minister of the Interior): “Los tiempos cambian y se ha cerrado un círculo completo. He aquí que ha venido un hombre que ve a Israel como su madre patria y reclama encontrar su realización en sus fronteras, pero es de religión cristiana. ¿Podemos cerrarle las puertas? ¿El péndulo de la historia nos demanda que apliquemos medida por medida?¿Puede el Estado de Israel, que se basa en la libertad, la justicia y la paz, como fue visto por los profetas de Israel, actuar contra sus habitantes y aquellos que vuelven como lo hicieron los perversos gobernantes de algunos reinos católicos en el pasado? ... Si se deseaba limitar la aplicación de la Ley sólo a judíos no practicantes pero de religión judía o solo a aquellos que creen en el Dios de Israel, o se intentaba cualquier otra cualificación religiosa similar, la legislación podría y debería haberse expresado en un lenguaje más claro. Ya que no se hizo así, debe interpretarse y aplicarse en su forma literal, sin atribuir al término ‘judío’ ningún significado ni cualificación religiosa”. Un embrollo que denunciaba los distintos puntos de vista para definir quién es judío. En fin, agreguemos más complicaciones citando el derecho legal internacional: “ius solis” es 'derecho del suelo' (significando 'derecho del lugar'), y es un criterio jurídico para determinar la nacionalidad de una persona física. Este criterio puede ser contrario y contradictorio con el “ius sanguinis” (en latín, 'derecho de la sangre', y que en la práctica es la nacionalidad de los familiares de origen: el padre o la madre). Esto quiere decir que se puede llevar la nacionalidad del país donde se nació, (un italiano nacido en Italia tiene nacionalidad italiana), pero también, el hijo de italianos, nacido fuera del país, puede reclamar, via ius sanguinis, la nacionalidad italiana, porque le viene de sus padres. Hubo una época en que ser judío era, antes que nada, una cuestión de pertenencia a un pueblo. Pertenecer a un pueblo (a título individual) tiene una primera cuestión: pertenecer porque no hay más opción e incluso vivirlo como una carga (dado que frente al antisemitismo, llevar las de perder ha sido una condición muy cruel) o asumirlo como elección, con la dignidad y el orgullo que supone creer que se forma parte de un grupo que conlleva valores dignos de llevar. La segunda cuestión consiste en que la asunción de una pertenencia a un pueblo lleva a la pregunta embrollada acerca de qué es un pueblo: entonces, digamos que es un grupo de personas con alguna de las siguientes coincidencias: una historia en común, costumbres, una cultura en común, una religión en común, y que viven en un mismo lugar. La historia judía, que contiene siglos de persecuciones, y la cultura judía, milenaria, no tenían entre sus supuestos, eso de tener una tierra en común. Formaba parte de un sueño, de un mito, o de una vieja canción que decía: “…a orillas del Rio Babilonia, lloramos por ti, oh Sión…”, siendo Sión un deslizamiento significante equivalente a la Tierra de Israel, la Tierra Prometida. La fundación del Estado de Israel, es un asunto relativamente reciente en la historia judía, un asuntillo de unos pocos 50 años, que estuvo presente en un movimiento de liberación nacional, el sionismo, desde décadas antes, y que vino a completar el proceso de asunción de conciencia de un pueblo que se convirtió en una Nación. La llegada de dicho Estado vino a normalizar lo que antes, era la pertenencia a un pueblo anómalo, dado que presentaba todas las características de un grupo de pertenencia, un pueblo, pero al que le faltaba una tierra en común. Lo que en Europa, mucho antes, resultó un acto natural de darse cada pueblo un destino histórico común como Nación, constituyéndose en Estados, al pueblo judío le costó un Holocausto, para que el mundo lo reconociera como tal. Que el mundo haya reconocido al Estado de Israel, como el Hogar Nacional Judío, es el reconocimiento de los derechos de un pueblo a decidir su propio destino y como se ve, aquí la religión no jugó ningún papel significativo, más bien ninguno. Así, en Israel, la pregunta de quién es judío, también se juega cada vez que alguien va a una oficina del ministerio del Interior a sacar la cedula de identidad: consigne aquí su nombre, aquí su apellido, año de nacimiento… ¿Cual es su nacionalidad?, ¿Cuál es su religión? Ser judío puede definirse por la religión, pero también es un acto de fe, de pertenencia a un pueblo y una nacionalidad, que no tiene por qué incluir la cuestión religiosa. De hecho, el Sionismo, en su versión fundacional, fue el intento de unos pocos para construir un movimiento que permitiera al pueblo judío regir sus propios destinos, en una tierra en común. Incluso, el reconocimiento del Estado Judío, en la ONU, no fue solo la recompensa de los países que se sentían culpables y nos tiraron un hueso. Más bien, en muchos casos, fue el reconocimiento del derecho legítimo de un movimiento de liberación nacional, considerando a ese movimiento como un grupo y una idea que representaban algo justo, digno y honorable, incluso progresista. Raro privilegio que 50 años después se pierde en los laberintos de la geopolítica internacional y por el abandono de sus propias ideas fundacionales, las de crear un país distinto entre pares, imbuido de una visión profética de paz y justicia.

martes, 27 de marzo de 2012

5.- El Judío Nuevo

Hubo una época, antes de la Internet, en que alguien llamado Dov Ver Borojov, pensó y pensó y escribió acerca de la cuestión judía. Les dejo la tarea de googlear el nombre de este pensador, nacido en Ucrania por 1880 y que desarrolló sus ideas en los comienzos del siglo XX. Borojov entendió que el pueblo judío se concentraba en las capas medias de la sociedad, y que la historia de exilios convirtió a este pueblo en algo anómalo, no solo por disperso, sino por alejado de los medios de producción, de la tierra. Borojov es considerado como el creador de la síntesis del sionismo y el socialismo. De sus escritos y sus posturas en Poalei Sion y dentro del movimiento sionista, se desprende la necesidad de crear una vanguardia pionera, jalutziana, cuya ideología era, por defecto el sionismo socialista. Crear un judío nuevo, fue la tarea del movimiento kibutziano desde su fundación. Había que quitarse las taras de tener un pasado comprometido solo con los intereses de la burguesía, por ende, se trataba de la proletarización del pueblo judío. ¿Qué disparate, verdad? Cientos y miles de judíos fueron a trabajar la tierra y se dieron una forma de organización conocida como el kibutz. Una cooperativa donde, con el esfuerzo de todos (con el esfuerzo de la máxima productividad, con el trabajo pesado del campo), a cada familia le tocaba una porción igual de los ingresos. En sus orígenes, el kibutz fue una idea bien recibida por un Estado preocupado por instalar poblaciones judías en los lugares más apartados del territorio que en su fundación soportó guerra tras guerra. El ideario kibutziano fue viable porque cumplía también con las necesidades de defensa del precario Estado recién fundado. Pero estaba destinado a mucho más: en el kibutz, los niños dormían en sus propios pabellones, y sus padres, los iban a visitar tras la jornada de trabajo. El kibutz se ocupaba de su educación, de su ropa y su alimento, y los niños no dormían en la casa de sus padres. Vivían y dormían en comunidad. La educación kibutziana entendía las festividades judías, respetando sus orígenes religiosos, pero transformándolos en fiestas relacionadas con la experiencia agraria, las cosechas, las estaciones, la naturaleza. Se dieron incluso una Hagada propia en Pesaj, (la lectura de la historia del éxodo, en la Pascua Judía) donde Moisés es el representante de la liberación de un Pueblo, donde Dios no figura. Se dieron a sí mismos rituales de atención a los fallecidos con plegarias humanistas, lejos de la religión. Soñaron con discutir con los rabinos sus posturas y prevalecer. Con cierta regularidad, los integrantes del kibutz se reunían en asamblea comunitaria, y decidían los destinos de todos, rigiéndose por las reglas que ponían los intereses del kibutz en primer lugar, y nunca los intereses de un individuo por encima del grupo. ¡Un invento maravilloso!: y más aun, el movimiento kibutziano, la federación de todos los kibutzim, representaban una parte importante de la producción del país, y sobre todas las cosas, le dieron al país una gran cantidad de pensadores, intelectuales, militares y políticos que influyeron por décadas en el pensamiento político israelí. Incluso cuando la economía de los kibutzim se empezó a resentir por ser solo una unidad agropecuaria, muchos kibutzim fundaron fábricas de todo tipo, para mejorar sus finanzas. Podía ser una fábrica de medias, o de luces de emergencia, la exportación de paltas, o la fabricación de material quirúrgico de precisión. Todo valía para sostener la economía kibutziana. Pero. Hubo un tiempo en que también en Israel se jugaban dineros en la Bolsa. Hubo kibutzim que se endeudaron y luego no pudieron pagar sus deudas. Había kibutzim ricos que habían logrado estabilizar sus finanzas por medio de algún nuevo proyecto productivo, y otros que permanecieron más pobres, necesitados de la ayuda de la federación kibutziana. Cuando el asunto son las finanzas de un grupo en cooperativa, la ideología puede quebrarse. Incluso, cito a Borojov, el sueño había sido… “Cuando las tierras improductivas sean preparadas para la colonización, cuando se introduzcan las nuevas técnicas de producción, y cuando los otros obstáculos sean removidos, habrá suficiente tierra para ubicar tanto a judíos como árabes. Las relaciones normales entre judíos y árabes prevalecerán”. Pero la realidad del judío nuevo dejó lugar al contrato de mano de obra árabe barata para las tareas más difíciles del kibutz. En particular, sostengo la teoría que el mayor resquebrajamiento ideológico del movimiento kibutziano, del cual ya no se podía volver atrás fue el momento en que uno a uno, los kibutzim fueron levantando los pabellones de los niños y decidieron que los niños vivieran con sus padres, volviendo al esquema de la familia “normal”. De ahí, a comprar un televisor para cada casa, (antes había TV solo en el comedor comunitario) o una computadora para cada familia, hicieron que el comedor comunitario quedara solo reservado para un puñado de voluntarios. Hicieron falta un par de décadas más, para que algún kibutz decidiera alquilar una porción de su tierra para concesionarla a una estación de servicio, o para construir un shopping a la vera de la ruta vecina. Podemos poner ahí a la vera de la ruta un salón de fiestas, o una óptica, lo importante es hacer caja. Con el tiempo los alquileres fueron más rentables que el trabajo de sus miembros, y el kibutz termina por convertirse en una especie de country donde sus integrantes salen a trabajar en su mayoría en las ciudades, de lo que sea. Habrá que darse incluso una normativa para que los hijos puedan heredar la casa de los padres, o tramitar los permisos para concesionar un hotel de cinco estrellas o construir un barrio coqueto (las tierras de los kibutzim fueron compradas por el keren kaiemet, -una organización autárquica, ligada al movimiento sionista - por lo cual en su mayoría, las tierras de los kibutzim formalmente no les pertenece a sus miembros). ¿Y los sueños de los primeros pioneros? ¿Y el sueño de Israel como un gran kibutz? Queda poco, o al menos muy poco de esa vieja vanguardia, de esa elite intelectual respetada por gran parte de la población israelí. Su influencia y su posición dentro de la sociedad quedaron atrás en los cajones de la Historia.

lunes, 26 de marzo de 2012

6.- Cantemos a La Paz ( “Shir LaShalom”)

La historia breve del Estado de Israel y la Shoa previa, fueron determinantes en las maneras de sentir, pensar y actuar entre los judíos de la Diáspora. Cuando un pueblo se da a si mismo instituciones educativas, o cuando se esbozan estrategias políticas o ideológicas hay valores que reinan por sobre todas las cosas. La visión profética de Paz y Justicia fue una de ellas, al menos en los comienzos de este extraño vínculo entre Israel y la Diáspora. Por décadas, Israel le cantó a la Paz. En verdad, no se puede vivir sin esperanzas, y en ese sentido, cuando se tiene hijos, uno no puede condenarlos a heredar una guerra sin fin, o una eterna no Paz, por generaciones y generaciones. Israel construyó en su fundación una actitud de Paz entre los Pueblos en la vida cotidiana de sus instituciones educativas y siempre criticó los modos agresivos y bárbaros que llegaban desde sus países vecinos. Los niños en las escuelas y los adultos en las concentraciones políticas le cantaban a la Paz. Y en la Diáspora, el pueblo judío soñaba con la Paz. Era un valor fundamental del bagaje cultural. Parte de la vida misma, dentro de cada familia. Beguin recibía a Sadat en Jerusalem. Arafat se presentaba en la ONU a hablar de coexistencia entre los pueblos. Incluso el conflicto del Medio Oriente todo, no se leía como una confrontación de religiones, habida cuenta que hasta el mismo Arafat era un líder secular, y no el representante de un movimiento religioso musulmán. Había odios, pero el Islam no podía ser fácilmente utilizado en las diatribas para justificar una Jihad, que no había. Había que construir no se qué puente para que dos Pueblos tuvieran dos Estados y que convivieran en paz. Pero algo se quebró cuando alguien asesinó a Itzjak Rabin. Rabin fue asesinado por un judío que creía tener el permiso porque un sector religioso le dio vía libre. Una campaña pública y salvaje de meses desde un sector (mínimo) de la religión judía en Israel, que justificó el asesinato de cualquier líder que se atreviera a entregar la Tierra de Israel. Porque Rabin empezaba a declarar que había que devolver Territorios por Paz. Rabin fue asesinado sobre el final de una concentración política donde se cantaba Shir LaShalom, una tradicional canción donde se urge a trabajar por la Paz. Después de cantar a coro, Rabin bajó las escalinatas del escenario y allí fue baleado. Y con su muerte se llevó a la tumba todos los acuerdos firmados con los palestinos, para que en la Franja de Gaza tuvieran un puerto y un aeropuerto, como para decir algo. Algo se quebró: del discurso que urgía a construir la coexistencia se pasó al discurso sobre la seguridad. Nos robaron las esperanzas de Paz, de las cuales ya nadie habla en el siglo XXI. Alguien pensó que si los israelíes y los palestinos no podían convivir, pues entonces hagamos un Muro de Separación. Nadie se atrevió a decir públicamente que ese Muro a construir transcurriera entre los viejos límites de la Israel de antes de la Guerra de los Seis Días, aunque de hecho debía serpentear esa frontera que solo figura en viejos mapas. Quizás algún día seria la frontera de un Israel pequeño pero fuerte, y sin territorios ocupados. Sin embargo, el Muro de Separación se convirtió en Muro de Seguridad, solo a los fines de que los palestinos no practiquen tiro al blanco con los autos que circulan por la autopista lindera al Muro. Alguien nos robó una ética de Paz y Justicia para ambos pueblos, ya no se encuentran esas palabras en los diarios y el pueblo israelí discute si no hubieran debido tirar el doble o triple de bombas sobre el Libano o Gaza. Hay un pensamiento subyacente peligrosísimo en la nueva forma de vivir en el Medio Oriente: si no los podemos matar a todos, al menos démosle una lección que no se olviden por muchos años, cada tanto la necesitan. Que nuestra reacción sea tan contundente como la de un loco de temer. Que nos tengan miedo. Y eso porque si el conflicto se reduce a que somos dos vecinos de departamento a los que solo nos separa el pasillo del hall del edificio, si él me tira con una pistola, yo respondo con una ametralladora, y si él contesta con una granada, tirémosle un bomba o mejor un misil, siempre elevando el nivel de conflicto, apostando a mostrarme el más poderoso obligando al vecino a rendirse ante mi superioridad. Que nadie me acuse de puerilidad, si digo que finalmente, en el fondo del movimiento de atentados y represalias, de helicópteros y F-16 para responder a los cohetes caseros que caen en Israel, hay cierta lógica de cómo elevar siempre el nivel de conflicto hasta que el otro no aguante mas y pida tregua. La ocupación de los Territorios corrompe el alma de la sociedad israelí. Nos convierte en lo peor de nosotros mismos. Pongamos aquí, por contraposición una afirmación como “Jamás cederemos un palmo de la Tierra de la Gran Israel, que nos fue dada por Dios”. Entonces si en Israel, se escuchan afirmaciones tan contradictorias, no cabe duda que dentro de esa sociedad hay sectores que no tienen nada que dialogar de nada entre si. En la Diáspora, nos llegan los ecos de una afirmación cruel: “Jerusalem, única, eterna e indivisa”. Es nuestra, para la eternidad, nunca la dividiremos. ¿Qué piensan hacer con los árabes de Jerusalem del Este? ¿Acaso les organizaremos un "transfer" para enviarlos rumbo a Jordania? Ya no le cantamos a la Paz: en la diáspora cantamos alegres por el Mashiaj, el Mesías que está por venir. La canción dice:”Yo creo, yo creo que está por venir” (¿?). La cantamos en los casamientos entre judíos, quizás por vergüenza porque sabemos que no tenemos esperanza alguna de construir un camino a la Paz. Y con eso, nos ha sido quitada parte de nuestra identidad cultural como judíos de la diáspora, gente de paz.

domingo, 25 de marzo de 2012

7.- Identidad Judía (primera parte)

Estamos en condiciones de enunciar ahora, lo que entendemos como Identidad Judía, a nivel de pueblo o Nación La Identidad Cultural es el conjunto de valores, orgullo, tradiciones, símbolos, creencias y modos de comportamiento que funcionan dentro de un grupo social; determinando a su vez los intereses, códigos, normas y rituales que se dan a si mismos. La Identidad del Pueblo Judío en particular, está determinado por: .- sus fundamentos religiosos, en sus distintas maneras de entender la práctica de la vida religiosa; .- el apego a tradiciones originadas desde la religión y/o las nuevas maneras de entender esas tradiciones a la luz de la creación del Estado de Israel, y la vuelta a la Tierra. Por ejemplo, Pesaj es la festividad relacionada con un relato bíblico, pero es a la vez, fiesta de la primavera. .- Una cultura en común: sus bailes y canciones, sus escritores y literatura, sus pensadores,(¿acaso hoy dia nos averguenzan tipos como Freud, Marx, Einstein?)… .- Una Tierra en común, antes Sión, hoy Israel, y aun hoy, un pueblo que vive disperso y en minoria en muchos otros lugares, planteándose entonces, cual es el eje central de la vida judía. .- Un pasado, una historia en común. La Historia Judía es una historia de persecución y de antisemitismo, sobre todo en el siglo XIX y en el XX, la Shoa. No hay otros pueblos con semejante capacidad de despertar en el otro el deseo de exterminarlo. .- Un destino en común. La Diáspora Judía está íntimamente enlazada con los destinos del estado de Israel en el Medio Oriente. Por otro lado digamos que dentro del pueblo judío hay diversos segmentos: El religioso ortodoxo, el conservador y reformista. El segmento que se mantiene apegado a cierta Tradición y “vuelve” a la vida judía en cada una de sus festividades aunque no observe los preceptos rigurosos de la kashrut o una vida observante. El secular, con una visión humanista, que mantiene un apego y un sentimiento de pertenencia al pueblo y una adhesión incondicional o critica al estado de Israel… Y por último el segmento de judíos (a los que se les clasifica como “asimilados”) que han abandonado toda tradición, que consideran lo judío como un lastre que es posible desechar, para vivir como ciudadanos del mundo, sin apego a tradición alguna, o adhesión mínima al Estado de Israel. Permítaseme clasificar por separado a los israelíes, ciudadanos del Estado de Israel, entre los cuales los hay quienes se consideran a sí mismos sin vinculo alguno con la diáspora judía, que consideran como pares solo a sus conciudadanos israelíes, que ven la vida judía en la diáspora con descredito y como algo del pasado, y que ensimismados en su conflictiva supervivencia en el Medio Oriente, solo le darán valor a quienes lo acompañan en la difícil lucha cotidiana dentro de Israel ( privilegiando su supervivencia y su seguridad). También hay que notar que según su procedencia, hay comunidades judías de origen ashquenazi, o sea, de origen europeo, o sefaradí, provenientes de países árabes, cuyas costumbres históricas y cotidianas en la actualidad son completamente distintas, con reglas y normas en la vida familiar, en las antípodas unas de otras. No cabe duda, que dentro de un pueblo así, es imposible que no afloren tensiones entre sus grupos internos y que haya una puja permanente por apoderarse del "relato oficial". Sin embargo, el fenómeno antisemita en el pasado, y el conflicto en el Medio Oriente, mas reciente en la historia judía, hacen que esas tensiones queden en segundo plano y no se conviertan en dilemas o confrontaciones internas urgentes.

sábado, 24 de marzo de 2012

7.- Identidad Judía (segunda parte)

La psicología enseña que las manifestaciones de la conducta humana y todas sus características se pueden abordar desde diferentes ámbitos: Se puede pensar desde el individuo, desde los grupos, entre ellos el grupo primario, el familiar, las de los grupos y las instituciones, la comunidad o a nivel nacional. En términos de individuo, la identidad judía se puede manifestar en múltiples momentos de la vida del individuo. Y como la biografía de cada sujeto es única, es difícil clasificar o simplemente comentar todas las coyunturas anecdóticas de lo que conforma la vida judía: sin embargo, hay momentos cruciales en la vida de un individuo judío. La primera, y primigenia es la experiencia de la circuncisión o brit milá en el sujeto varón (y eso en el caso de que efectivamente, esa experiencia haya transcurrido): lo que hay que decir es que la circuncisión es una experiencia que se resignifica cuando pasamos por la de nuestros hijos. Ahí se aprende que la circuncisión no es tanto el pacto de un sujeto judío con el Dios de Abraham, de lo cual se ocupan los varones con rezos y bendiciones y dando un nombre al cachorro humano judío, que generalmente coincide con algún familiar que ya no está). Lo que en realidad transcurre en ese acto es la experiencia de la madre que, angustiada, entrega a los varones a su bebé para que se lo devuelvan sin el prepucio: Se me ocurre que generación tras generación, y cualquiera sea la cultura circundante, no hay madre judía que no haya vivido esa angustia de entregar a su varoncito, para que los adultos le den un buen nombre ante Dios, en una especie de bautismo original. Experiencia fundante de la madre judía, o idishe mame, que se ocupará de criar un cachorro humano, prometiéndole un futuro de príncipe, colmado de cuidados y protección maternal, como si el Mundo no estuviera ahí mismo prometiéndole un golpe tras otro, en cada momento de la vida donde no sienta semejante amor incondicional, ni ser príncipe de reino alguno. El niño (¡pobre, el primogénito!) está condenado a darse cuenta que nunca será tratado en la Vida, tal como le fue prometido por su Madre, por más responsable o perfecto que se proponga ser! Alguien dirá que esto es una característica humana y no judía, pero yo prefiero pensar que la madre judía cae inevitablemente en ese vinculo con su varoncito, por no sé qué clase de herencia generacional, cultural y psicológica. Ni que hablar de los aspectos más superyoicos del vínculo, que hacen que un buen niño judío aprenda en su infancia a sostener no se qué promesa de incondicionalidad virtual a su propia madre judía, hecha de culpa primigenia, por no poder nunca jamás corresponder a sus demandas de amor incondicional. Como sea, y sin dejar de mencionar que hay un complejo de Edipo que atravesar, y que el psicoanálisis es un montaje básicamente judío, el segundo hito de la vida judía es el bar mitzvah, que la modernidad se ha ocupado de aggiornar tanto para varones como para mujeres: a la edad de 12 las niñas, y de 13 para los varones, es el momento en que se le impone al jovencito judío las obligaciones básicas de los preceptos de la kashrut, las obligaciones de una vida religiosa, o, en una versión menos ortodoxa, la asunción de cierta conciencia de grupo, y de compromiso hacia sus pares de la comunidad. En el templo, es el goce misterioso de ser llamado a la Torah: a veces me pregunto si se siente ante el texto enrollado en papiro la misma sensación que tuvo Moisés ante la Zarza ardiente, preguntándose el joven “¿por qué he sido elegido para esto?”. Pero esto transcurre en los templos: en los clubes u otras instituciones judías, es el justo momento de hacer una gran fiesta parecida a un casamiento entre los más pudientes, equivalente a una fiesta de quince años entre cristianos, y que, significativamente, incluye una ceremonia laica de encendido de velas, donde familiares y amiguitos/as, pasan a encender algunas en nombre de la amistad o el vinculo familiar que los une, y en otras se hacen claras referencias a la pertenencia al pueblo judío o la adhesión al Estado de Israel. En Israel, no hay quien no transcurra este pasaje a la adultez, y a la conciencia de grupo. A tal punto es este un ritual de pasaje a la edad adulta, que en Intifada, los francotiradores del ejercito israelí, ante un peligro inminente, consideran a los manifestantes palestinos de 14 o 15 años, como jóvenes conscientes de su papel y del riesgo que corren, mas aun si están por tirar una piedra o una molotov, ganándose el derecho, por ser “mayores de edad”, de recibir una bala, en lo posible en algún lugar del cuerpo donde la herida no sea mortífera. Los adolescentes israelíes, a mediados de su educación secundaria, pasan por un nuevo ritual que no se ha extendido en la diáspora, y que determina de una manera fundante su conciencia social: viajan a “Marcha x la Vida”, una experiencia de viaje a Polonia, donde visitan los campos de exterminio del Holocausto, “con el objeto de fomentar la comprensión y la transmisión de valores relacionados con la resistencia al exterminio, la lucha por la dignidad y la importancia de la memoria como constructora del presente y del futuro”. Quizás este programa educativo, es la respuesta a décadas de preguntas acerca de cómo transmitir las crueldades de la experiencia del Holocausto, dado que dicha experiencia estaba destinada al olvido y a la desmemoria: quizás la experiencia misma produce como efecto, una respuesta de orgullo por haber logrado la supervivencia ante tanto exterminio, una imposición de tozudez y de terco deseo de vivir, aun a pesar del odio del Otro. Porque en la Diáspora, para experiencias de confrontación con el antisemitismo, sobran los ejemplos vitales de uno u otro momento en que un sujeto judío se encuentra frente a este sentimiento antisemita, que se define por un intenso deseo hecho de odio hacia el judío. Alcanza un encuentro en la calle con skinheads, o un muchacho que asesina en el sur de Francia a un profesor de historia y a sus hijos a la salida del colegio hebreo, o más tenue, la noticia de una esvástica pintada en las lapidas de un cementerio judío… como sea, la pregunta de por qué me odia tanto el antisemita (“¿Qué es Eso que odia en mí?”) es una pregunta sin respuesta, pero que marca y funda, lo que en identidad judía se conoce como esa Mirada del Otro que me impone la carga de ser judío. La historia judía de persecución se hace presente en la experiencia individual más tarde o más temprano, según la biografía de cada uno. Siguiendo esta especie de cronología de una vida judía, si se me permite, volvemos a la diáspora, donde se ha impuesto desde hace unas décadas el derecho a todo joven judío a visitar a su patria, Israel. Necesidad histórica de supervivencia del lazo entre la Diáspora y el Estado de Israel. Por ello, se han implementado programas a fin de que todo joven, antes de los 30, sin importar su condición social y sus ingresos, pueda viajar –subsidio mediante-al menos por dos semanas a Israel, donde el grupo es recibido en un paquete turístico/educativo que se ha convertido en un segundo bar mitzvah, con el objeto de despertar un lazo único entre el sujeto y una Tierra lejana pero propia. Me consta que los armenios han implementado el mismo programa y con los mismos objetivos, y eso se entiende, si se tiene en cuenta que el pueblo armenio sufre de una dispersión similar y han pasado por un genocidio incluso previo al de la Shoah, a manos de los turcos. Sin abundar más, le toca a una joven pareja judía decidir si se casa por civil o ante rabino. Y en cuanto llegan los hijos, la decisión de una educación hebrea. Pesaj, Rosh Hashana y Iom Kipur, son tres festividades donde se pone en juego la Tradición, y en cada hogar se ponen en práctica las rutinas compartidas por todos, o no. A la hora de los cementerios, cuando les toca la hora a los adultos mayores, cada familia decide a que ritual accederá, a qué clase de sepultura. Y cada sujeto, y cada familia, es un mundo de variaciones donde no hay media promedio, ni medición posible de los extremos desde la asimilación completa, al ritual más ortodoxo. A mi modo de ver, la biografía y la vida, demuestran que se es judío siempre, eso no se puede dejar de ser, pero en rara ocasión la judeidad llega a ser una cosmovisión integradora, un modo de ser ciento por ciento ante el Mundo, y que lo más difícil es construirse a lo largo de la Vida como una persona de bien.